Testimonio: Después de esto, ahora sí que no vuelvo a Venezuela

Testimonio: Después de esto, ahora sí que no vuelvo a Venezuela

Si han leído mis artículos anteriores sabrán que vivo en Madrid desde hace dos años, pero extrañaba demasiado a Venezuela y, aprovechando que me quedé sin trabajo, decidí volver a Venezuela con mi mamá, mi hermana y mi perrita Canela. Pero al volver me encontré con un país destruido y ya, varios días después de haber regresado a Madrid tras pasar dos meses en Venezuela es que me siento capaz de volver a escribir y contar la desesperante experiencia que fue mi regreso a este maravilloso país.

Mi vuelo de Conviasa salía a las 17:30 por lo que decidimos salir de Maracay a las 5 de la mañana, y menos mal que lo hicimos así. En condiciones normales, la ruta Maracay-Caracas-Maiquetía se hace en unas tres horas. Pero en las condiciones en que está la camioneta de mi mamá, y debido a que ella maneja despacio, estimábamos llegar al aeropuerto tipo 10 más o menos… ¡que optimistas e ilusas fuimos! Lo que nos esperaba era una dosis de Patria como pocas.

Salimos de casa y al bajar nos encontramos con que les habían partido los vidrios a varios carros en la urbanización y a un pobre señor hasta lo dejaron sin batería. Gracias a Dios la camioneta de mi mamá no fue una de esas, así que salimos y como siempre íbamos a agarrar autopista por el peaje de Gato Negro, pero nos agarró una cola de casi una hora porque había una protesta. Gente exigiendo comida y reclamando porque aparentemente en algo llamado “CLAP” no los tomaban en cuenta.

Mi mamá logró dar la vuelta saltando la isla y nos enrumbamos hacia Turmero. Eran diez para las siete cuando por fin agarramos la ARC rumbo a Caracas. El tráfico estaba más pesado que de costumbre, claro, es lunes, pensé. Todo iba normal hasta que, pasadas las 9, llegamos a Hoyo de la Puerta.

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Al asomarnos en la bajada de Tazón mi ansiedad apremió, eso era un gran estacionamiento de carros, buses, camionetas, camiones prácticamente detenidos sobre el asfalto mientras que entre ellos por los delgados y sinuosos caminos negros pasaban a toda velocidad miles de motos como si se tratara de insectos venenosos dispuestos a masacrar a quien se interpusiera en su camino.

Tras dos horas bajando el sinuoso corte en la montaña y adentrándonos en la autopista Valle-Coche que nos acercaba a la capital, al fin salimos de esa tranca, pasamos el túnel y pusimos rumbo a La Guaira. No se veía mucho tráfico adelante, al parecer todo iría bien… Pero no por mucho tiempo.

Justo frente a Ciudad Caribia otra protesta, esta vez no supimos por qué, pero el tráfico estaba 100% detenido. Estábamos conversando de que aún teníamos tiempo, que apenas eran las doce, que nos íbamos a extrañar, etc. cuando mi mamá como desesperada nos dice que esconda los pasaportes y el dinero porque estaban atracando a los carros que estaban detrás y venían hacia nosotros… ¿Otra vez me van a robar? Fue lo único que pensé mientras metía el porta pasaporte con los documentos debajo de la alfombra a mis pies.

No importó cuanto recé para que evitara lo que iba a suceder, pocos momentos después llegaron a nosotras, uno por cada ventana, tocando el vidrio con el cañón de la pistola… mi mamá los bajó; al verlos no pude evitar recordar al que me atracó en el bus que me quitó el teléfono, al lado de estos dos, aquel es un señor de buena familia y educado en Harvard… estos dos muchachitos estaban en otro nivel, eran la cosa más fea, aterradora y peligrosa que había visto o imaginado, mientras estaba presa del pánico sin saber qué hacer pensé ¿este es el hombre nuevo del que hablaba Chávez?

Parecía que habían salido de un episodio de The Walking Dead, junto a los gritos de “No me veas la cara”, acompañados de “dame el teléfono y la plata rápido”, pude ver a dos chicos muy delgados, no más de 16 o 17 años, el que estaba en mi ventana logré detallarlo un poco mejor, tenía una camiseta (que en Venezuela llamamos “guardacamisa”) que en algún momento quizás fue blanca, pero que ahora oscila entre un crema veteado de marrón con un toque de grasa automotriz adornando el reborde de los hoyuelos que se hacen en las tiras que fungen de mangas y que dejan sus morenos y fibrosos brazos delgados con algunos tatuajes hechos burdamente con tinta verde y una cicatriz redonda en uno de ellos (¿el recuerdo de un disparo o una puñalada quizás?…)

No logré ver en el momento el resto de su indumentaria, pero luego que se iban con nuestras cosas y quizás motivada/paralizada por el terror de lo que me acababa de pasar, quise saber más del culpable, del que casi me quita la vida, del que puso el cañón de su pistola contra mi sien mientras le gritaba a mi mamá que le diera el teléfono o me mataría con unos ojos que se le brotaban del odio, la frustración y quien sabe qué sustancia psicotrópica; al verlo alejarse, mientras temblaba aún del shock, noté que tenía puestos unos jeans desteñidos y cortados a mitad de pierna con todos los hilos blancos guindando, y más abajo, por zapatos sólo tenía unas sandalias plásticas… cargaba un koala (riñonera) en el que iba metiendo el botín que robaba carro por carro.

Nos quitaron el teléfono de mi mamá, los lentes oscuros de mi hermana y como 2000 bs. en efectivo, ni se percataron de las maletas que iban en la parte de atrás de la camioneta, gracias a Dios por eso.

Casi al momento, mientras estábamos las tres dentro de la camioneta en estado de shock bañadas en lágrimas, atrapadas en esa autopista, llegó en motos la Guardia Nacional o la PNB (no sé cuál de las dos) y lo hicieron disparando lacrimógenas a diestra y siniestra. Los que nos acababan de robar que estaban dos carros más adelante se esfumaron por el barranco que está a un lado de la autopista, y la protesta, milagrosamente desapareció, pero no así nuestro llanto, porque el humo de las bombas lo que hizo fue potenciar el ardor en los ojos y la dificultad para respirar.

Pensábamos que lo peor había pasado, quizás sí, pero aún faltaba una sorpresa más que Venezuela me tenía preparada para mi despedida. Y fue poco antes de llegar al aeropuerto, una alcabala en la que nos pararon unos policías con cara de que, en la noche, en vez de salir con una capa a salvar gente del crimen, lo que hacen es inspirar miedo entre los ciudadanos decentes…

El policía manda a bajar la velocidad, da las buenas tardes con un perfecto acento de «malandro varguense», se asoma en la camioneta y se da un diálogo más o menos así entre él y mi mamá:

– ¿Va de viaje?

– Si

– ¿Nacional o internacional?

– Internacional

– ¿Lleva dólares en efectivo?

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(en ese momento, a mi mamá se le comienza a atravesar el apellido y su tono va cambiando de amable a no tan amable)

– ¿Para qué quiere saberlo?

– Porque la moneda venezolana es el bolívar y está prohibido usar otra moneda. Si lleva dólares debe declararlos.

Así fue como mi mamá, al ver lo que ella supuso que eran malas intenciones, explotó, se lo comió vivo y le dijo hasta del mal que se iba a morir, literalmente le cayó a gritos diciéndole que en la cola allá arriba nos acababan de robar los teléfonos que un malandro casi me mata y que ellos en vez de estar aquí viendo como matraquean a la gente deberían andar buscando malandros, etc, etc, etc, etc y sin dar tiempo al policía a reaccionar arrancó su camioneta a toda velocidad y, yo con el terror de que nos persiguieran o nos cayeran a tiros, pero nada de eso pasó.

Logramos llegar al aeropuerto, se paró en la puerta, mi hermana y yo bajamos las maletas mientras ella iba a estacionar, las embalé y me puse en la cola para chequear, eran las 14:30, llegué a tiempo.

Para no extender más este cuento, les diré que todo lo demás transcurrió sin problemas (entendiendo que las tiendas del aeropuerto peladas o con tres cositas híper carísimas ya es algo normal), mi mamá llegó viva a Maracay, yo estoy ya en Madrid trabajando, se me quitó el morado que me salió en la sien con la forma del cañón de la pistola del mal nacido ese, pero las heridas emocionales quedan, porque después de esa despedida, estoy segura que más nunca en mi vida vuelvo a pisar Venezuela. No quiero saber más nada de ese país. Ahora trabajaré más duro que nunca porque a mi mamá a mi hermana y a mi canela me las traigo lo más rápido que pueda y después de eso, Venezuela puede hundirse con todo el mundo adentro y no me importará en lo más mínimo.

Escrito por: María Laura Gómez

Este artículo de opinión fue enviado a [email protected] por María Laura Gómez, inmigrante venezolana residenciada en Madrid