"Nueve meses en Madrid. Los paseos y los amigos"; por @MarijoEscribe

«Nueve meses en Madrid. Los paseos y los amigos»; por @MarijoEscribe

Llegué a Madrid hace nueve meses. Un período de gestación humana completo así que, de alguna manera, hoy nazco. Cuando lo pienso objetivamente me doy cuenta que es poco tiempo, pero, si me dejo guiar sólo por las experiencias que he vivido en estas 36 semanas, tengo que decir que ha sido suficiente para cambiar mi manera de entender la vida.

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Tres días después de llegar a la ciudad asistí a la primera de muchas otras capacitaciones en un Vivero de Empresas del Ayuntamiento de Madrid. Antes del primer mes hice mi primer seminario en Secot y poco después uno de Google Actívate en la Universidad Complutense. Todos gratuitos. En todos conocí a personas geniales con las que aún mantengo contacto, y aprendí muchísimas cosas, no solo sobre emprendimiento sino, especialmente, sobre la ciudad y la forma de ser de quienes viven en ella.

Luego tuve la oportunidad de hacer varios cursos de la Comunidad de Madrid y ahora mismo participo en uno financiado a través del Ministerio de Empleo y Seguridad Social donde conocí a Margarita y a Sonia, con quienes me río de los pequeños escollos del camino y comparto algún postrecito de media tarde. Además, de tanto en tanto, he asistido a las actividades del Campus de Google y de otras instituciones públicas y privadas. Y sigo sin gastar un euro.

En diciembre viajé a Santa Pola (provincia de Alicante), para visitar a Paco, un primo de mi esposo que como muchos otros venezolanos orientó sus velas hacia la tierra de sus padres, para trazar la ruta de un futuro mejor para su familia. Después fui a renovar mi pasaporte en Bilbao, un descubrimiento que dejó mi corazón enamorado del País Vasco. En ambos casos, aprovechamos las promociones especiales de Renfe y viajamos a excelentes precios.

Nuestra amiga María (de Segovia) nos llevó en su coche a conocer la Sierra Norte y el castillo de Manzanares El Real. Con José Luis y Lourdes (que vivían en el mismo edificio donde crecí) conocimos Guadalajara, perteneciente a Castilla-La Mancha.

Luego canjeamos el permiso de conducir de Enrique en Tarragona y tuve la maravillosa ocasión de reencontrarme con Joanna, la primera amiga que hice por aquellos años en los que estudiaba «Kinder B» (hace unas 33 primaveras) en Venezuela. Como estábamos en Cataluña, decidimos darnos una vuelta por Barcelona, donde coincidimos con Víctor, a quien conocimos en Alcalá de Henares.

Durante Semana Santa visitamos un pueblo bellísimo llamado Villajoyosa, que está al ladito de Benidorm. El paseo fue una invitación que no me canso de agradecer a una de las personas más maravillosas que Dios puso en mi camino desde que llegué a este país: mi amigo José (y su esposa Marianne).

Este ha sido uno de los viajes más bonitos y reveladores de los pocos que he hecho hasta ahora. En cada pedazo de malecón recordaba a la Lechería donde crecí, en cada desayuno descubría un mundo de culturas abrazadas y, por primera vez en mucho tiempo, me reencontré con mis ganas de escribir, con la inspiración para poner las comas donde van y jugar a las metáforas.

Aprovechando los vuelos low cost que conectan a distintas ciudades de Europa, nos fuimos hasta Tenerife para celebrar el cumpleaños de Enrique. Nos quedamos en la casa de su tío José Manuel y fue un viaje inolvidable… ¡Que impresionante es esa isla! Alquilamos un coche y la pasamos genial conociendo pueblitos y lugares in-cre-í-bles como el Teide, el drago milenario y la iglesia de la Virgen de la Candelaria. Allá tuve la hermosa ocasión de compartir con Tita, Yayi… ¡y Ares!, un rottweiler bellísimo y lleno de energía, muy cariñoso.

Para mi cumpleaños, Enrique me sorprendió con un viaje más allá de las fronteras españolas. Gracias a un precio casi absurdo de los pasajes (insisto, los vuelos low cost dentro de Europa ¡son una verdadera locura!), fuimos tres días a Toulouse, capital del departamento del Alto Garona, al sur de Francia. En los próximos días, nuestra nueva aventura tendrá “un sabor especial” y «un color diferente» pues, gracias a las ofertas en ocasión del aniversario del AVE, ¡vamos a Sevilla! (ya les contaré).

Nueve meses después de haber llegado a Madrid, sigo pensando en Venezuela y extrañándola todos los días de mi vida; especialmente a mi familia que es lo que más quiero en el mundo. Sin embargo (puedo decirlo sin complejo alguno), en este tiempo he aprendido a ver la vida de una forma distinta y a querer a una ciudad que mola como pocas.

Es cierto que una de las cosas más maravillosas de España es que no se necesita ser millonario para tener calidad de vida. Sin embargo, desde que llegué a Madrid agradezco, entre otras, la posibilidad de capacitarme y conocer gente sin tener que invertir fuertes sumas de dinero (ninguna, en realidad) y, obviamente, poder viajar desde aquí a destinos maravillosos, a precios muy bajos.

Dicen que “de Madrid, al cielo”, pero ese cielo depende del corazón de cada quien. En el mío están los amigos (viejos y nuevos), a quienes agradezco tanta hospitalidad y cariño; las vivencias, las lecciones, los paisajes, los sabores, los recuerdos. Quizás para un inmigrante ninguna felicidad es completa pero, como diría mi esposo, todos los sacrificios que se hagan en busca de la felicidad ¡valen la pena!

Por: María José Flores // @MarijoEscribe en Twitter e Instagram

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