“Venezuela no es un paraíso, aunque la recuerdes así”; por Enrique Vásquez

«Venezuela no es un paraíso, aunque la recuerdes así»; por @EnriqueVasquez

Los primeros días después de emigrar, parece que «todo es bello». Cuando acabas de salir de ese país en el que te sentías maltratado, donde tenías que hacer colas para comprar comida, pasar días recorriendo farmacias para conseguir un medicamento o, simplemente, vivías todo el día asustado, estresado, en alerta o «preinfartado» cada vez que veías un motorizado; es lógico que al llegar a otro lugar sientas que aquello es una maravilla.

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Salir de Venezuela produce, en la mayoría de los casos, una sensación inicial de tranquilidad, de novedad, incluso de optimismo por llegar a un sitio nuevo, de encontrarse en un lugar donde todo es diferente y en el que la sensación de inseguridad es mucho menor que en Venezuela, donde los supermercados están llenos de comida y las farmacias de medicinas.

Obviamente, toda escoba nueva barre bien. Sin embargo, con el paso del tiempo, una vez que la novedad y el deslumbramiento inicial va pasando; toca enfrentarse a la realidad de la nueva vida, a las leyes que debemos cumplir, el clima, los precios, las costumbres, en fin, a una sociedad distinta (ni mejor ni peor, solamente distinta) a la nuestra.

Este es el momento en que aparece la nostalgia y comienzas a extrañar tu «queso telita» o el sabor de las cachapas y el cochino frito preparado en un quiosco de carretera sin ningún tipo de higiene, o comerte un pescado frito a la orilla de la playa en un plato plástico medio derretido (a veces hasta mal lavado) mientras tapas la botella de Frescolita con un pedazo de casabe para que no se le pare una mosca encima.

La verdad es que, cuando aparece ese momento en el que la melancolía toma fuerzas; tu cerebro y la nostalgia «juegan» contigo de formas insospechadas porque comienzas soñar con Venezuela y a visualizarla como un paraíso. Incluso, eres capaz de sentir que estás allí, en un sitio idílico en el que todo era perfecto y maravilloso.

Así, sin darte cuenta, te olvidas de la inseguridad y de los motorizados. De repente, el hecho de que casi todos los días se iba la luz o el agua no te parece taaaan grave y hasta sientes que podrías volver a vivir perfectamente bien con tu internet de 1 mega o teniendo que dejar tu teléfono en casa para que no te roben o te maten.

En esta fase de tu duelo migratorio (que según los expertos puede durar muchos años en algunos casos) piensas en Venezuela y solo imaginas el verde Ávila en pleno valle, el lago zuliano con su emblemático puente, los picos nevados, la selva profunda del Amazonas, las sabanas infinitas de los llanos, los ancestrales tepuyes con su corona de nubes, los rojos atardeceres de Juan Griego o el cálido azul de la bahía de Pozuelos.

Te invaden los recuerdos de los momentos bonitos que viviste, de tu familia, de tus amigos de la infancia. Incluso te viene a la mente el teléfono del bachaquero que te conseguía la Harina P.A.N., porque, de la nada, Venezuela se convierte en el mejor país del mundo y no entiendes cómo alguien podría pensar lo contrario.

Y no. Esa no es la verdad. Eso no es otra cosa que un «truco» de tu cerebro, que te hace creer cosas que no son. En momentos de tristeza, las endorfinas que segrega tu organismo te «drogan» y te hacen ver la realidad de forma distorsionada, te hacen sentir que el sitio donde estás no sirve y que tu país de origen es el paraíso en la Tierra.

No puedo decir que Venezuela, geográficamente y de acuerdo a las bondades que la naturaleza le dio no sea hermosa, porque la verdad es que es un país espectacularmente bello. Es como una mujer a la que Dios le dio atributos para ser considerada, físicamente, hermosa y sensual; pero que no se baña ni se afeita, y tiene todos los dientes picados, hace mucho que dejó de maquillarse, no se peina y usa ropa fea y harapienta.

Eso es Venezuela, un territorio bendecido por Dios, pero maltratado casi al punto de la destrucción por sus propios habitantes. No permitas que tu cerebro te engañe, Venezuela no es un paraíso, aunque la recuerdes así.

Por: Enrique Vásquez

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