“Así demuestro yo mi amor por Venezuela y espero me lo respeten”; por @EnriqueVasquez

“Así demuestro yo mi amor por Venezuela y espero me lo respeten”; por @EnriqueVasquez

Por la forma como reaccionan en redes sociales pareciera que, para algunos de mis compatriotas, la única forma que tenemos permitida los venezolanos para referirnos a Venezuela es a través de halagos. Es digno de estudio como establecer algún tipo de crítica o cuestionamiento significa, automáticamente, caer en la lengua de personas que parece que viven en Narnia o que utilizan «anteojos distorsionadores» de la realidad.

caracas

Yo respeto la visión de los idealistas y de aquellos que consideran que, si nos autocensuramos y sólo decimos las cosas buenas, haremos que lo negativo desaparezca como por arte de magia. Pero que pretendan obligar a los demás a pensar como ellos ya es demasiado.

Recientemente vi en Facebook el comentario de una periodista a quien estimo, bastante indignada porque el diario Líder tituló «Humillados», luego de la aplastante derrota que sufrió la selección de béisbol venezolana en el Clásico Mundial ante Puerto Rico 11 a 0.

La verdad es que la actuación de la selección fue realmente vergonzosa y sí, deportivamente hablando, ese partido fue una humillación. En los países donde la gente se toma el deporte en serio, la prensa (y los fanáticos) son duros y exigentes; y si el equipo decepciona (especialmente cuando se tenía la expectativa de su supuesta superioridad), lo destruyen sin delicadezas. En más de una ocasión he visto titulares incluso peores en la prensa española pero, para un ejemplo más claro, los invito a leer las portadas de los periódicos franceses después que el PSG perdiera 6 a 1 ante el Barcelona. No soy periodista pero, desde mi punto de vista, eso es ser imparcial y no complaciente.

Por otro lado, y alejándonos de los deportes, está el caso de quienes, estando en Venezuela, se ofenden cada vez que alguien desde el extranjero emite alguna opinión crítica sobre el país o sobre su situación. Entonces, comienzan a mezclar la capacidad de opinar con la condición de emigrante, como si una cosa tuviera algo que ver con la otra.

Incluso, algunos consideran que los están criticando directamente a ellos y otros, más confundidos aún, sufren, y despotrican de aquel que haya osado decir algo con lo que no están de acuerdo, o sea, lo juzgan, condenan y lapidan por pensar diferente… ¿les recuerda eso a alguien?

Lo interesante es que la mayoría parece no entender la diferencia entre crítica y «hablar mal». Pareciera que, cuando la vintotinto pierde y no clasifica al Mundial, obligatoriamente hay que comentarlo desde el punto de vista positivo. Algo así como: “Tenemos los mejores jugadores, somos el mejor equipo, teníamos todo pagar ganar, fuimos mejores en la cancha, pusimos más corazón, pero el árbitro ayudó al contrincante, por eso perdimos”. Traducción: La culpa siempre es de otro. Nos acostumbramos a echarle la culpa a un ser externo, porque siempre somos los mejores, pero fue otro quien nos impidió alcanzar el éxito.

Es por eso que el concepto de “los malos” son “el imperio”, “la guerra económica”, “la Cia”, “Uribe”, “los empresarios”, entre otros han calado tan bien en la población, porque consideramos que somos perfectos y que siempre hay un ente malvado que quiere destruirnos y que, además, lo logra.

La verdad es que sólo la crítica sincera y cruda (sin tanto adorno melodramático y empalagoso) sobre las cosas que no funcionan, es lo único que puede ayudar a quitarnos la venda de los ojos y entender que la culpa de que el país esté como está es todos los venezolanos por acción u omisión.

Todo el que votó por Chávez, el que lo hizo por la oposición sin conocer siquiera su programa de gobierno; el que salió a marchar por faranduleo, el que se quedó en su casa, el que se puso a guarimbear y el que criticó esa medida de protesta, el que siendo opositor a ultranza trabaja para el gobierno porque así tiene privilegios para algún tipo de corrupción, o el que, siendo opositor y sin enchufarse, viajó con dólares preferenciales y raspó la tarjeta tiene, en mayor o menor medida, su cuota de responsabilidad.

El que no permite críticas a la vinotinto (aunque haya perdido 15 juegos en fila y esté detrás de la ambulancia en la clasificación), el que hace negocios con las bolsas del CLAP, el que le financió “unos frescos” a algún fiscal de tránsito, o le llevó una botella de regalo al profesor de matemáticas de su hijo para que no lo aplazara; el que celebra que el gobierno obligue a los comerciantes a vender a pérdida (por ejemplo, que no permitan el aumento de tarifas de las operadoras móviles o de TV por cable); el que no pone de su parte para llevarse bien con sus vecinos; el que no paga sus impuestos, el que no usa la electricidad conscientemente, el que imprime los trabajos de la universidad en la oficina sin permiso… y podría seguir enumerando situaciones en las que muchos podríamos estar haciendo algo mal… el día que entendamos que, como venezolanos, tenemos que reconocer nuestros defectos para poder corregirlos; solo ese día comenzaremos de verdad a tener un mejor país.

Pero lamentablemente son muchos quienes se niegan a aceptarlo y, si pudieran, crucificarían en el medio de cualquier Plaza Bolívar al que se le ocurra decirlo sin complejos y sin miedo, porque lo acusarían de hereje y de (por increíble que parezca) «no querer a su país».

Al contrario, en mi caso particular, si critico las cosas que tienen que ver con Venezuela de una manera tan vehemente es porque quiero que la gente abra los ojos, que vean que el país seguirá siendo un desastre mientras los venezolanos no cambiemos; que entendamos que ponernos una venda en los ojos y hacernos los locos sólo publicando cosas bonitas nos convierte en algo similar a Venezolana de Televisión.

¿Acaso poner una foto del Salto Ángel o de Los Roques o de un atardecer en Lechería evita que la gente se esté, literalmente, muriendo de hambre?, o que probablemente justo al lado de donde tomaste la foto en este momento estén dándole un tiro a alguien para robarle su teléfono?

Es que la belleza de una sociedad no depende de los atributos naturales que Dios le dio al territorio. La verdadera belleza de un país se puede medir por la calidad de vida que tienen sus habitantes, por la posibilidad de desplazarse tranquilamente y con seguridad, por tener empleo con salarios dignos, por el acceso a un sistema de pensiones y de salud eficiente y que funcione y, sobre todo, por la tolerancia y el respeto a las opiniones ajenas.

Un país de verdad, un «país hermoso» es aquel que construye, alrededor de las maravillas que la naturaleza le dio; infraestructuras sostenibles que permitan a propios y extraños disfrutarlas. ¿Cuál es la ciencia de tener playas tan hermosas en el oriente del país si disfrutarlas da más miedo que participar en los Juegos del Hambre, y salir con vida o con todas tus pertenencias es cuestión de suerte?

Como me dijo un amigo hoy: Las playas de Aruba geográficamente son iguales a las de Venezuela, la diferencia es la infraestructura que tienen. Esa es la diferencia.

Me perdonan, pero el amor a Venezuela no se demuestra «hablando bonito» de ella. Desde mi punto de vista, ese amor se demuestra con conocimiento y sentido crítico, defendiendo lo positivo y entendiendo lo negativo; teniendo claro lo bueno y mucho más claro lo malo; porque haciéndolo ver se da el primer paso para que todo funcione mejor. De lo contrario estaríamos actuando como unos conformistas, que aplaudimos y defendemos la mediocridad.

Por: Enrique Vásquez

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