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Así afecta la emigración a las personas de la tercera edad

Cuando se habla de emigración casi siempre pensamos en los jóvenes que viajan en busca de oportunidades, en las familias que se reorganizan en otro país o en los niños que crecen lejos de sus abuelos. Sin embargo, existe un grupo especialmente vulnerable que a menudo queda en silencio: las personas mayores. Para los adultos de la tercera edad, la migración puede significar la soledad de quedarse atrás mientras sus hijos parten, o el enorme reto de mudarse a otro país después de toda una vida en su tierra natal. En ambos casos, las consecuencias emocionales y sociales son profundas, y conviene reflexionar sobre ellas.

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El dolor de quedarse solos

Según datos de la CEPAL y de la Organización Mundial de la Salud, América Latina es una de las regiones donde el envejecimiento poblacional avanza con mayor rapidez. En países como Cuba y Uruguay, más del 20% de la población ya supera los 60 años. Cuando la juventud emigra masivamente, como ocurre en Venezuela, Cuba o Centroamérica, muchos de esos mayores quedan solos, dependiendo de redes de apoyo comunitarias, la Iglesia o el propio Estado.

Para ellos, la soledad se convierte en un duelo permanente. No se trata únicamente de la ausencia física de los hijos, sino también de la pérdida de su rol familiar y social. El sentimiento de “abandono”, aunque en muchos casos no exista un abandono real sino una emigración por necesidad, puede derivar en depresión, ansiedad e incluso en deterioro físico acelerado. La Organización Panamericana de la Salud ha advertido que el aislamiento social en la vejez puede incrementar hasta en un 50% el riesgo de demencia o deterioro cognitivo.

Emigrar después de los 60

Existe también la otra cara de la moneda: personas mayores que deciden emigrar. Muchos lo hacen para reunirse con sus hijos en el extranjero, otros porque buscan una vida más tranquila tras la jubilación, e incluso hay quienes lo ven como la oportunidad de vivir una última gran aventura.

Pero emigrar a esa edad implica desafíos particulares: aprender costumbres nuevas, adaptarse a otro sistema de salud, vivir lejos de su red de amistades de toda la vida y, en algunos casos, enfrentar la barrera del idioma. Todo esto puede generar altos niveles de estrés. De hecho, estudios recientes en la Unión Europea muestran que los inmigrantes mayores de 65 años presentan tasas más altas de soledad que los nativos, y suelen necesitar más apoyo comunitario para integrarse.

Las consecuencias emocionales y físicas

Ya sea quedándose atrás o mudándose a otro país, la emigración en la tercera edad casi siempre deja huellas emocionales. El sentimiento de pérdida es inevitable: pérdida de la rutina, de los vínculos cercanos, de tradiciones familiares. Cuando los hijos emigran, muchos padres y abuelos sienten que han perdido parte de su razón de ser. Y cuando son ellos quienes emigran, deben despedirse de los lugares y costumbres que dieron sentido a toda su vida.

Ese vacío puede manifestarse en tristeza crónica, desmotivación, dolores físicos sin causa aparente o enfermedades asociadas al estrés. No es casualidad que psicólogos y médicos insistan en acompañar a los mayores en estos procesos, dándoles espacios de escucha, contacto frecuente y actividades que los hagan sentir útiles.

Estrategias para afrontar la situación

  • Mantener el contacto constante: hoy la tecnología facilita llamadas de video y mensajes diarios. Para un abuelo o una madre, ver el rostro de sus hijos, aunque sea a través de una pantalla, puede marcar la diferencia entre sentirse solos o acompañados.

  • Redes de apoyo locales: vecinos, amigos, asociaciones de mayores o parroquias pueden convertirse en una familia extendida que ayuda a reducir la soledad.

  • Cuidado de la salud emocional: consultar con profesionales de la psicología o la psiquiatría en caso de depresión o ansiedad prolongada es vital.

  • Actividades significativas: desde voluntariado hasta grupos de lectura o gimnasia suave, todo lo que mantenga cuerpo y mente activos ayuda a sobrellevar los cambios.

Reflexión final

La emigración es siempre un desafío, pero en la tercera edad puede transformarse en una prueba de vida aún mayor. Los mayores necesitan sentirse útiles, escuchados y acompañados, aunque sea a la distancia. Los hijos que emigran también pueden cuidar desde lejos: una llamada, una visita planificada, una red de apoyo organizada en el país de origen.

El reto está en transformar la distancia en cercanía emocional, y la soledad en oportunidad de descubrir nuevas formas de conexión.

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